Lagasa, Argentina, 1986.
El retorno a disposición de los lectores de La pista suiza ocurre 27 años después de su estallido en librerías, pero ahora su edición es gratuita, digitalizada en mi página web. El milagro de internet, que no existía en 1986, recupera así mi primera investigación periodística y la mayoría de sus ilustraciones originales, preservando su contribución testimonial y documental a la verdad histórica del fenómeno represivo sufrido por la Argentina durante la pasada dictadura militar (1976-1983). La razón de su vuelta al público radica en que sus tres protagonistas, los ex-paramilitares Luis Martínez, Rubén Bufano y Leandro Sánchez Reisse, que irrumpieran en el libro operando clandestinamente en ciudades helvéticas hacia 1981, reaparezcan en 2013 ante la Justicia federal en Buenos Aires, para hacer frente a los crímenes, de cuyas responsabilidades huyeran durante casi 40 años.
Me topé con esta banda del Batallón 601 del Ejército argentino en 1981, leyendo diarios y revistas en Ginebra, donde un año antes había solicitado y obtenido el asilo político, en tanto miembro de la tendencia revolucionaria del peronismo, perseguido por el régimen de las Fuerzas Armadas. Mi compañera, Mónica Jáuregui, venía de ser asesinada por el Grupo de Tareas que actuara desde la ESMA, el 10 de enero de 1977, campo de concentración que secuestrara durante varias semanas a nuestros dos hijos, Emiliano y Arturo, y me mantuvieran en cautiverio alrededor de 20 meses. Luego escapé de Argentina con identidad falsa y la historia que fui descubriendo en los medios suizos aprendiendo el francés, se terminaría convirtiendo en mi narrativa final de Diploma en Periodismo en la Universidad de Friburgo, en 1985, anticipo del libro que saliera de imprenta en Buenos Aires el 12 de agosto de 1986.
Dedicado a Mónica, dicho trabajo anunció el inicio de una nueva etapa en mi vida, dejando atrás la militancia política, para asumir el periodismo, comienzo de una carrera que conoció ulteriormente otras obras de equivalente formato, extensión y envergadura, a las que puse término en 2009. Eso coincidió con la creación de mi sitio web, una vez agotados los desafíos de largo aliento en la profesión que impusieran escribir libros. Continué mi actividad desde el periodismo electrónico y mediante apariciones esporádicas en algunos medios gráficos con artículos puntuales. La reedición digital de La pista suiza no transgrede la decisión de abandonar la ambición de nuevos libros propios, aunque nadie está al abrigo de nada. Tampoco cuestiona proseguir mi labor periodística de cualquier manera.
He resistido a la tentación de corregir y actualizar el manuscrito original de La pista suiza, por la legítima vanidad de sumarme a los beneficios del reconocimiento que una buena investigación periodística es la que mantiene su vigencia, al menos dos décadas posteriores a su publicación. Por supuesto que hoy somos todos más inteligentes que ayer, y que la experiencia profesional desde entonces acumulada permitiría una redacción más satisfactoria. Sin embargo, me produce placer correr el riesgo de ser tal vez considerado pasado de moda al recobrar viejos personajes, quizá decrépitos por el paso de los años, viejas estrellas del Hollywood represivo, que han fracasado acaso travestidos de otros: uno haciéndose presuntamente pasar por su padre muerto, el segundo obteniendo prisión domiciliaria por Alzheimer, el tercero enredado en sus infinitas batallas de la ficcionaria tercera guerra mundial.
No poco se ha hablado sobre ellos de 1986 en adelante, y alguna notas significativas se proponen en los Anexos de esta digitalización para seguirles el derrotero hasta el presente, junto a una galería fotográfica más exhaustiva, a modo de complemento de un texto incólume que enfrenta valientemente los estragos del tiempo. Aquellos autores de secuestros extorsivos contra pago de rescate, que cometieran el error de elegir a Suiza para el cobro del botín, aportaron la prueba material en el extranjero, de una metodología vernácula del terror. Ello condujo a los tribunales nacionales a considerarla un delito contra la humanidad por el carácter masivo y sistemático del daño en perjuicio de la población civil: el secuestro y tortura de miles de personas en lugares secretos, antes de la desaparición de los cuerpos de las víctimas, arrojándolas a profundas aguas, como reveló por primera vez uno de los victimarios en el juicio de Zurich, que viene a cuento en La pista suiza.
Juan Gasparini, Ginebra, Suiza.