El David Graiver de Miguel Bonasso

El David Graiver de Miguel Bonasso

La reciente novela de Miguel Bonasso, me hizo acordar a los famosos dichos del sicólogo suizo Jean Piaget. Decía algo así como que, ante los elementos procedentes de la realidad, caben dos actitudes. Podes acomodarte, es decir modificar tus creencias para integrar la realidad distinta a lo que uno piensa, o se puede asimilar la realidad, concretamente deformarla, para que pueda cuadrar con tus creencias. Esto último es lo que ha realizado Bonasso con la trayectoria de Graiver, un capricho irracional, peor que un crimen, un error.

Los novelistas pueden imaginar personas y situaciones, y en ese campo tienen un espacio infinito para crear, no hay límites. Pero si los personajes son reales, han existido y/o existen, deben respetar sus perfiles, y no atribuirles cualquier rasgo o conducta que se les antoje, ni intervención en hechos inverosímiles. Las novelas con personajes reales, para ser creíbles, deben contener hombres y mujeres en situaciones verosímiles.

Bonasso concibió no obstante un Graiver inverosímil, valga la redundancia, haciéndolo esfumar en una escala inventada de su último viaje aéreo entre Nueva York y Acapulco el 7 de agosto de 1976. Hizo suceder la parada en Monterrey, territorio mexicano, episodio también inverosímil porque no se justificaba en su real vuelo privado Nueva York-Acapulco, que no tuvo escalas fuera de los Estados Unidos.

En Monterrey, a instancias de un agente de la KGB, el ex ministro de economía argentino, José Ber Gelbard, con la ayuda de un policía mexicano, Graiver se convenció que debía dejar subrepticiamente el avión que se estrellaría poco más tarde y antes de su destino final en Acapulco. Convertido velozmente en reclutado agente de la KGB se iría luego a vivir a Cuba, para dirigir la infiltración en el capitalismo contra el bloqueo estadounidense, pasando a ser un colaborador personal, estrecho y directo de Fidel Castro, colmado de elogios.

Sin embargo, la nueva vida de Graiver en la isla comunista del Caribe se vería alterada al fin de los años 80 porque en México, una banda satánica vinculada al narcotráfico, le secuestraría a su única hija, Soledad, de vacaciones en Acapulco. La esotérica secta, enmarañada con la CIA, despliega una trama cuya descripción ultraminuciosa desvió espasmódicamente al autor del meollo del caso que tenía entre manos. Con la ayuda del mismo policía mexicano que lo acompañó en su cambio de identidad años antes para ir a rehacer su vida en Cuba, Graiver volvió a México y consiguió que rescataran a su hija.

En medio de semejante aventura, Graiver enterró en México su falsa identidad de sobreviviente clandestino, fraguando una muerte accidental, la de un hombre de negocios uruguayo. De inmediato retornó a Cuba para continuar su existencia junto a una bella y anónima mulata con la que tuvo un hijo, para caer en otro desvío en el que abundaría el autor, reiterando en la narración, antes, durante y después, peripecias de la historia cubana, ciertas o tergiversadas, que alejan al lector del tema central de la novela.

Bonasso hace de Graiver un hombre continental de acción física y armada cuando fue un intelectual de la política y las finanzas argentinas, obeso y seductor, alejado de cualquier exigencia deportiva. Lo hizo avaro y ególatra, pues se habría guardado una fenomenal fortuna en el extranjero, dejando a su familia a merced de la represión de la dictadura, huyendo cobardemente entre las ruinas de su holding financiero, ocasionando la quiebra internacional que acarrearía su desaparición de la escena pública.

Y Bonasso desdibujó los acontecimientos que relacionaran a Graiver con los Montoneros, incluso se equivocó al atribuirle a Perón haber expulsado a la tendencia revolucionaria de la Plaza de Mayo el 1 de mayo de 1974, mientras que, en verdad, los jóvenes le reprocharon inicialmente a Perón en esa Plaza que «estaba lleno de gorilas el gobierno popular», le dieron la espalda y se retiraron, vaciando la Plaza, y fue recién entonces un Perón indignado por el desplante, quien los insultó catalogándolos de “imberbes”.

Juan Gasparini, Ginebra, Suiza, autor de «Graiver, el banquero de los Montoneros»