Mujeres de dictadores

Mujeres de dictadores

Península, España, 2002.

Libro presentado por Manuel Vázquez Montalbán y Antonio Franco (Director del Periódico de Catalunya) en la Sala de Exposiciones Casa Elizalde, Barcelona, el 25 de septiembre de 2002. Los conflictos entre el machismo y el feminismo, o viceversa, están lejos de apaciguarse y, es probable que no tengan solución, como los problemas de infidelidad entre mujeres y hombres. Porque el meollo de la cuestión remite a la esfera del poder y, en ese terreno, cuando se trata de conductas que definen el dominio del uno por el otro, el debate es inagotable. Ocurre con las mujeres de los dictadores, donde los tráficos de influencias van en los dos sentidos, y las percepciones son múltiples. Existen distintas referencias, comenzando por aquello que detrás de un gran hombre hay una gran mujer, alimentado por el dicho que tanto gusta a los franceses, de buscar la mujer que necesariamente debe rondar cerca de un hombre cuando se quiere explicar el comportamiento de alguno bien parecido y exitoso. Llevando esa presunción al extremo podría inferirse que la compañera sentimental de lo peor -la de un sátrapa- debería ser también de lo peor, como si las mujeres de los tiranos pudieran clonarse, en línea con un denominador común que obligatoriamente tendría que caracterizarlas.

La realidad, sin embargo, no va en esa dirección, al menos con los dictadores crepusculares del siglo pasado, de cuyo muestrario han sido puestos bajo la lupa de este libro Fidel Castro, Augusto Pinochet, Ferdinand Marcos, Alberto Fujimori, Jorge Rafael Videla y Slobodan Milosevic, relatando la vida de sus mujeres. No encontré un ADN que las homogeinice, lo cual simplificaría el análisis suponiendo que para ser esposa o amante de un dictador se impone un perfil determinado, hipotéticamente precipitado en una probeta. Rompiendo con los modelos, ni las feministas tiene razón cuando se mofan de la nefasta superioridad que pretenden los hombres, alegando socarronas que al costado o por delante de un hombre brillante hay una mujer sorprendida, dando a entender que si ese hombre ha logrado conquistar lo codiciado, ha sido posible gracias a una mujer mejor que él. Tampoco a los machistas los asiste la equidad cuando suelen descargar una parte del fardo de la prueba estimando que si un dictador es una porquería , su mujer debe asimismo serlo y por ende hay una parte de la responsabilidad que indefectiblemente le corresponde a ella. Una vez más las relaciones humanas no se explican en abstracto sino en concreto, las responsabilidades son individuales y, en los casos indagados, me convencí que, entre las intimas acompañantes de los dictadores, hay un poco de todo.

Mi radio de observación se limitó a un lapso especifico de tiempo y los criterios de valoración no fueron políticos ni ideológicos. Para definir a las dictaduras utilicé el microscopio de los derechos humanos, que como todos sabemos son universales, es decir civiles, políticos, económicos, sociales y culturales, no habiendo preeminencia de unos sobre otros, o sea interdependientes, indivisibles e interconectados, cuyos principios fundamentales han sido reconocidos por la humanidad sin distinción de fronteras, razas, etnias, religiones y convicciones de toda índole, debiendo ser observados por gobiernos, organizaciones no estatales, ONGs, formaciones de toda índole e individuos de cualquier sexo, recogidos en la escueta y celebre Declaración Universal de Derechos Humanos, proclamada por las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948. Su violación sistemática, persistente, grave y masiva, vale decir generalizada en una superficie geográfica afectando mayoritariamente a su población, habilita acusar de dic tadura a un régimen, por encima de sus normas políticas o ideológicas, e imputar crimenes de lesa humanidad a Estados y/o a grupos privados, tenga o carescan de vínculos con los poderes públicos. Es evidente que no todas las tiranías transgreden esas mínimas garantías de la misma forma. Suelen diferir en las prioridades de conculcar derechos, en la intensidad del daño, y las justificaciones desplegadas por sus discursos varían según factores diversos. En la apreciación de esa pluralidad radica la elección de realizar un libro donde no ha sido temerario alinear a Fidel Castro con Augusto Pinochet, para detenernos solo en dos de los elegidos, al margen que el primero ponga el acento en desconocer las libertades de pensamiento, conciencia, opinión, expresión, reunión y participación, y que el segundo haya descollado en la practica de la tortura, la desaparición forzada y las detenciones y ejecuciones sumarias y arbitrarias. (1)

Esa Declaración Universal fue la consecuencia del genocidio perpetrado en torno a la Segunda Guerra Mundial, sancionado por los tribunales militares de Nuremberg y Tokio, conflagración que propiciara el nacimiento de las Naciones Unidas. Si las enseñanzas de los autoritarismos fascista, nazi y comunista hicieron creer que las dictaduras no renacerían, enorme fue el desengaño al constatar que florecieron nuevamente, no ya bajo la égida europea que diera lugar a los totalitarismos de la primera mitad del siglo anterior, sino a través de la proliferación del mal en distintos rincones del globo bajo el ascendiente de los Estados Unidos. En ese transitar de la segunda mitad del siglo se acuñó el imperativo que para prevenir, condenar y erradicar las dictaduras era imprescindible dotarse de instrumentos judiciales con magistrados civiles, constituyendo un primer ensayo el Tribunal Penal Internacional para la ex-Yugoeslavia y Ruanda, finalizando con la Corte Penal Internacional concebida por los Estatutos de R oma de 1998, la que entró en vigor en el 2002 cerrando el ciclo. Fueron las atrocidades perpetradas por las huestes al mando de Slobodan Milosevic las que coronaron esa experiencia, de allí que su dictadura concluya la somera enumeración de barbaridades que se contabilizan en este libro.

No es superfluo precisar que la citada Corte Penal Internacional no tendrá efectos retroactivos, dejando impunes las dictaduras que jalonaran el periodo entre el surgimiento de la ONU y el comienzo del siglo XXI, otorgándole al desafio periodístico de este libro un carácter testimonial. Tal desafio requería ofrecer una lectura complementaria de las dictaduras de esas fechas, un enfoque pendiente por falta de obras en la materia, cuya intensión es aportar retratos de ellas para entender mejor a ellos, con el propósito de cernir adecuadamente la conducción unipersonal que las determina. Por cierto no son pequeñas biografías propiamente dichas, más bien reportajes periodísticos desde el nacimiento y hasta el otoño de esas mujeres, en relación con el contexto histórico y vinculadas a las actividades de sus maridos. Salvo Celia Sánchez, una de las cuatro mujeres históricas de Fidel Castro, todas las demás están vivas. Empezando por las otras tres mujeres del dirigente cubano; Mirta Díaz-Balart, Naty Revuelta y Dalia Soto del Valle y siguiendo con las de Pinochet (Lucía Hiriart), Marcos (Imelda Remedios Visitación Romuáldez), Fujimori (Susana Higuchi), Jorge Rafael Videla (Alicia Hartridge) y Milosevic (Miriana Markovic).

Además, ninguna a sido todavía objeto de biografías completas a pesar de la consagrada a Imelda Marcos por Michel Harper, conocida solamente en ingles y en francés, y del excelente volumen de Manuel Leguineche sobre la dictadura filipina, trabajos que sin embargo terminan hacia la caida del régimen en 1986 y la muerte del dictador en 1989, dejando sin explorar lo que Imelda ha obtenido después, sola y viuda: el control de la cuantiosa fortuna y la impunidad política para con el expolio y los crímenes cometidos, aspectos que destaca mi investigación periodística. Para ilustrar los antecedentes históricos, el libro dispone a modo de aproximación de unas breves reseñas de las mujeres de Salazar (Portugal), Stalin (URSS), Hitler (Alemania) y Franco (España), las que no desentonan con los seis perfiles del cuerpo central antes evocado. Unas como otras coinciden en el único elemento que se repite como un invisible hilo conductor; la complicidad, el aliento y la ayuda de estas mujeres para que sus hombres capt uren el poder y lo ejerzan a su aire. Con posterioridad ese invariable sostén puede continuarse o entrar en crisis. Esa solidaridad suele proseguir de forma silenciosa o secreta (Fidel Castro o Videla), ser ostentatoria y activa (Pinochet), solapada y perversa (Milosevic), un sometimiento a servidumbre voluntario (Marcos) o forzado (Fujimori).

Desde la edición original, que firmara el 11 de abril de 2002, las novedades sobre estos dictadores y sus mujeres han continuado sucediéndose, confirmando mis hipótesis de trabajo sobre sus trayectorias represivas y la búsqueda incesante de la impunidad para sus crímenes. Respetando el orden en que aparecieran en el original publicado en español, es necesario traer a colación que en abril de 2003 Fidel Castro reiteró el carácter demencial de su gesta vitalicia, condenando a 75 disidentes a 1454 años de cárcel, en un macroproceso celebrado en 14 tribunales abarcando 36 sentencias, castigando a lideres de la oposición pacífica y periodistas independientes, fusilando a su vez a tres responsables del secuestro de una lancha con 50 pasajeros para huir a los Estados Unidos, cuyo desenlace no ocasionó víctimas. Al no formar parte de la Organización de Estados Americanos (OEA), ni haber ratificado ninguno de los dos Pactos de Naciones Unidas en cuanto a derechos civiles, políticos, económicos, sociales y cultur ales, y sus respectivos Protocolos Facultativos, amen de varios otros instrumentos internacionales, la “revolución cubana” se mantiene por encima de cualquier mecanismo de control y sanción que pudiera ejercer la comunidad de naciones, al igual que los regímenes religiosos integristas. El 24 de febrero de 2008, Fidel delegó en su hermano Raúl el ejercicio formal del poder, pero continua publicando cronicas casi diarias, “reflexiones” que mantienen vivo al icono insustituible del régimen cubano. (2)

Siguiendo con la cronología del libro, Lucia Iriart ha confesado que fue un montaje la publicitada enfermedad de su marido, Augusto Pinochet, urdida por los gobiernos de Gran Bretaña, Chile y España para sustraerlo de la jurisdicción universal, al haberse acordado su extradición de Londres a Madrid para que se lo juzgara. El ardid le sirvió a los tribunales chilenos, los que le confirmaran la libertad incondicional decretando su “demencia cortical irreversible”, apartándolo hasta su fallecimiento, el 10 de diciembre de 2006, de todo proceso judicial, y abriéndole el paraguas protector ante cualquier persecución penal posible en el país donde llevó a cabo sus abominables atrocidades. (3)

El 8 de marzo de 2003, en su cómodo refugio en Tokio, Alberto Fujimori, vió desvanecerse el sueño de volver a presentarse en las elecciones presidenciales de 2006, cuando le notificaron que Interpol abandonó las resistencias, recogiendo y difundido su pedido de captura solicitado por el Perú. Huyó a Chile pero fue extraditado a Perú el 21 de septiembre de 2007, y en Lima lo juzgaron por genocidio debido a la esterilización forzada de mujeres y hombres en numerosas comunidades indígenas, enriquecimiento ilícito, tortura y asesinatos múltiples. Se lo acusó de haber detentado “el dominio de los hechos” y “responsabilidad indirecta” en la represión ilegal desatada por “escuadrones de la muerte” del Ejército Peruano durante su gobierno, coautor de delitos contra la vida, el cuerpo y la salud, homicidio calificado, lesiones graves y desapariciones forzadas. El 7 de abril de 2009 lo condenaron a 25 años de carcel por crimenes contra la humanidad, sentencia que no podrá ser objeto de indulto o amnistía. El gest o de haberlo llevado aunque tarde delante de los tribunales significa la persistencia del goteo obstinado de la memoria y fija las responsabilidades de los Estados. Reitera el rechazo al olvido, similar para con el tiranosaurio paraguayo Alfredo Stroessner, ausente en este libro, no obstante “exilado” en Brasil durante más de tres lustros, con varias causas judiciales que caducaron con su fallecimiento el 16 de agosto de 2006, imputado por asesinato y desaparición de opositores, que se extendieran a lo largo de su reinado de 1954 a 1989. (4)

Desde la tumba puede dar testimonio Slobodan Milosevic, quien afrontara en la cárcel de La Haya , la parte final pero inconclusa del juicio expuesto en el capítulo que le es consagrado en el libro a su mujer, Miriana Markovic. Detenido el Belgrado el 1 de abril de 2001, él fue extraditado el 29 de junio de 2001, muriendo en prisión sin terminar de ser juzgado el 11 de marzo de 2006. Ella continua zigzagueando como una rata en las ruinas de Yugoslavia, cuya acta de defunción gestara el nuevo Estado de Serbia, y abriera el cauce para la autoproclamada independencia del Kosovo el 17 de febrero de 2008. La ceremonia fúnebre del Estado que dinamitaran desde el nacionalismo y la depuración étnica, fue acompañado por la pareja Milosevic-Markovic con actitudes acordes con el fanatismo que profesaran, dejando atrás un reguero de sangre. El derrumbe moral, el escándalo político y la eliminación física de adversarios se vieron expresados, a fines de septiembre y comienzos de octubre de 2002, en su apoyo mancomunad o al candidato presidencial de la derecha xenofoba y ultranacionalista, Vojislav Seselj, quitándose marido y mujer al unísono la careta de marxistas, revolucionarios e internacionalistas. Seselj perdió las elecciones y el 24 de febrero de 2003 terminó entregándose al Tribunal Penal Internacional que lo está juzgando por crímenes de guerra y de lesa humanidad. El asesinato del primer ministro serbio, Zoran Djindjic el 12 de marzo de 2003, ejecutado por remanentes de las fuerzas de seguridad de Milosevic, recicladas en el hampa, sacó a luz uno anterior, encontrándose los restos de Ivan Stambolic el 28 de marzo de 2003 al desmantelarse el clan mafioso y parapolicial que abatiera a Djindjic. Secuestrado el 25 agosto de 2000 mientras trotaba en un parque de Belgrado, Stambolic fue impedido por desaparición de representarse a la presidencia de Serbia en las elecciones del mes siguiente, cargo que ejerciera durante los años 80, cuando todavía existía la Yugoslavia. El hallazgo del cadaver en una fosa común en Voivodina por confesiones de uno de sus victimarios, levanta otra punta de la manta de la profunda corrupción vigente en las negras épocas de este régimen bicefalo, y solventa la convicción que lo despacharon en frío para que no le arrebatara el triunfo a Milosevic en la contienda electoral que empero marcara el inicio de su decadencia. En el sumario penal instruido en Belgrado no es casual que Miriana Markovic encabece con su difunto esposo la rutilante lista de imputados, una vez más bajo sospecha de instigar un crimen emblemático, reafirmando las huellas de una despótica dictadura matrimonial. (5)

Juan Gasparini, Ginebra, Suiza.

1) Hipólito Solari Yrigoyen, La dignidad humana (Normas internacionales de los Derechos Humanos), Eudeba, Buenos Aires, 1998.

2) El País, Madrid, 5 y 6 de abril, 1, 2, 9 y 13 de mayo, 4 y 20 de junio de 2003, El Periódico de Catalunya, Barcelona, 3, 8, 9, 27 y 29 de abril y 2 y 5 de junio de 2003, Le Courrier International, París, número 652 del 30 de abril de 2003.

3) El País, Madrid, España, 19 de julio de 2002 y El Periódico de Catalunya, Barcelona, 1 de junio de 2002.

4) Diego García Sayan, Una nueva política exterior peruana, Comisión Andina de Juristas, Lima, septiembre 2002, El Periódico de Catalunya, Barcelona, 20 de julio y 22 de diciembre de 2002 y 9 de marzo de 2003; El País, Madrid, 25 de julio de 2002, 10 de marzo, 30 de abril de 2003 y 8 de abril de 2009, AFP, 7 de abril de 2009, Clarín, 8 de abril de 2009 y JuicioaFujimori.org.pe

5) El País, Madrid, 30 de septiembre de 2002, 9 y 25 de febrero, 29 de marzo y 25 de abril de 2003, El Periódico de Catalunya, Barcelona, 13 y 29 de marzo de 2003, Le Figaro, París, 26 de febrero de 2003.

 


 

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